26 de octubre de 2009

90 AÑOS SON POCOS. (Regina Brett)


REGINA BRETT
Escritora y columnista sensible, que con frecuencia desafía a la autoridad llegando a tocar el corazón de sus lectores con sus reflexiones; seleccionada finalista para el Premio Pulitzer en la categoría de comentarista en 2009 y 2008, ha recibido diversos reconocimientos destacando recientemente el Premio Campana de la Libertad de la Asociación Metropolitana de Abogados de Cleveland, en junio y el Premio Martillo de Plata de la Asociación de Abogados de Estados Unidos el 1 de julio de 2009, que le fue entregado por su participación impulsando el proyecto "Open Discovery to Ohio", con el que se promueven en su estado, procesos legales abierto, mas justos e imparciales.Regina, además de escribir sus columnas también tiene un programa de radio que se trasmite por la estación WCPN 90.3 FM, desde Cleveland, Ohio, todos los viernes donde también tiene un alto número de seguidores.

90 AÑOS SON POCO
Para celebrar la llegada a mi edad avanzada escribí unas lecciones que me ha enseñadol a vida.

La vida no es justa, pero aún así es buena.
La vida es demasiada corta para perder el tiempo odiando a alguien.
Tu trabajo no te cuidará cuando estés enfermo. Tus amigos y familia sí. Mantente en contacto.
No tienes que ganar cada discusión. Debes estar de acuerdo en no estar de acuerdo.
Llora con alguien. Alivia más que llorar solo.
Cuando se trata de chocolate, la resistencia es inútil.
Haz las paces con tu pasado para que no arruine el presente.
No compares tu vida con la de otros. No tienes ni idea de cómo es su travesía.
Si una relación tiene que ser secreta, mejor no tenerla.
Respira profundamente. Eso calma la mente.
Elimina todo lo que no sea útil, hermoso o alegre.
Lo que no te mata, en realidad te hace más fuerte.
Nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz. Pero la segunda sólo depende de ti.
Cuando se trata de perseguir aquello que amas en la vida, no aceptes un "no" por respuesta.
Enciende las velas, utiliza las sábanas bonitas, ponte la lencería cara. No la guardes para una ocasión especial. Hoy es especial.
Sé excéntrico ahora. No esperes a ser viejo para serlo.
El órgano sexual más importante es el cerebro.
Nadie es renponsable de tu felicidad, sólo tú.
Enmarca todo supuesto "desastre" con estas palabras: "En cinco años, ¿esto importará?"
Perdónales todo a todos.
Lo que las otras personas piensen de ti, no te incumbe.
El tiempo sana casi todo. Dale tiempo al tiempo.
Por más buena o mala que sea una situación, algún día cambiará.
No te tomes tan en serio. Nadie más lo hace.
No cuestiones la vida. Sólo vívela y aprovéchala al máximo hoy.
Llegar a viejo es mejor que la alternativa.....morir joven.
Todo lo que verdaderamente importa al final es que hayas amado.
Sal todos los días. Los milagros están esperando en todas partes.
Si juntáramos nuestros problemas y viéramos los montones de los demás, querríamos los nuestros.
La envidia es una pérdida de tiempo. Tú ya tienes todo lo que necesitas.
Lo mejor está aún por llegar.
No importa cómo te sientas... arréglate y preséntate.
Cede.
La vida no está envuelta con un lazo pero sigue siendo un regalo.

Regina Brett

EL DISFRAZ DEL NEGRO. (Chiste)

EL DISFRAZ DEL NEGRO

Un negro y su esposa son invitados a una fiesta de disfraces.
Él le dice a su esposa que vaya a buscarlos disfraces.
Por la noche, cuando llega del trabajo, encuentra en la cama un disfraz de SUPERMAN.
Gritando le dice a su mujer:
¿Qué coño es esto? ¿Cuándo has visto a un SUPERMAN negro? Vete y cámbialo por algo mejor.
La esposa molesta va a la tienda y lo cambia. Cuando llega el esposo ve en la cama un disfraz de BATMAN y le grita:
Pero tú estás loca, mujer ¿cuándo has visto a un BATMAN negro? Vete y cámbialo por algo mejor.
La esposa -que ya está hasta las narices- devuelve el disfraz y compra varias cosas.
En la cama le pone 3 botones blancos, un cinturón blanco y un palo de madera.
Cuando el esposo llega y encuentra esos objetos en la cama le dice a la mujer:
¿Qué es esto?
La esposa le contesta:
Es para que elijas tu disfraz: si te quitas la ropa y te pegas los botones, vas de Dominó. Si no te gusta, entonces te quitas los botones y te pones el cinturón blanco y vas de Galleta Oreo y, si tampoco te gusta, te metes el palo por el culo y vas de MAGNUM.

Recibido por email

TÚ TIENES RELOJ, YO TENGO EL TIEMPO.




Tú tienes reloj, yo tengo tiempo.
Entrevista al tuareg MOUSSA AG ASSARID
26 Ago 2009


Moussa Ag Assarid es el mayor de trece hermanos de una familia nómada de tuaregs. Nació al norte de Mali hacia 1975 y en 1999 se trasladó a Francia para estudiar. Es autor de “En el desierto no hay atascos”, donde describe su fascinación y perplejidad ante el mundo occidental.
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis.Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
A continuación está la entrevista que concedió a La Vanguardia

No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles…!
Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo
¡Qué turbante tan hermoso…!
Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.
Es de un azul bellísimo…A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados…
¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
¿Por qué?
Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
¿Quiénes son los tuareg?
Tuareg significa “abandonados”, porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: “Señores del Desierto”, nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
¿Cuántos son?
Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece… “¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!”, denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
¿A qué se dedican?
Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio…
¿De verdad tan silencioso es el desierto?
Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba… Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre… Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
¿Sí? No parece muy estimulante. ..
Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas… Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
Saber eso es valioso, sin duda…
Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro…
Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja…Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté… Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua… y sentí ganas de llorar.
Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…
¿Tanto como eso?
Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos… Yo tendría unos doce años, y mi madre murió… ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
¿Qué pasó con su familia?
Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa… Entendí: mi madre estaba ayudándome…
¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo…
Y lo logró.
Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
¡Un tuareg en la universidad. .. !Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella… Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra… Aquí, por la noche, miráis la tele.
Sí… ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde…
Fascinante, desde luego…
Es un momento mágico… Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…
Qué paz…Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.

Vía entrevista: La Contra de La Vanguardia

24 de octubre de 2009

EL ENTIERRO. Jesús Chacón Bautista.

EL ENTIERRO

Tal vez, sea esta una de las anécdotas que más vivamente quedó gravada en mi memoria y mayor impacto me produjo. Al momento de la misma, a penas si había salido ya de mi primera infancia.
Taam .., taam.., taam.., taam.., taam...
Es el sonido metálico, profundo y grave de la campana más antigua del campanario. Un toque lento, rítmico y cadencioso se repite, una tras otra vez, durante unos largos minutos.
Por todos los vecinos es conocido ese tañido parsimonioso y vespertino. Hasta es conocido por la chiquillería del pueblo, que ignorante de la profundidad del drama, juega, retoza y grita a la salida de la escuela.
Desde mi más tierna infancia empecé a conocer el significado de este singular repiqueteo. Sentía miedo sin llegar a conocer por completo el significado de estos sones, pero me paralizaban mi frágil cuerpo de infante al igual que a los otros chicos de mi edad.
Mis compañeros y yo cesamos en nuestras actividades lúdicas cuando nos percatamos de la presencia de la reducida y peculiar comitiva.
Un monaguillo la encabezaba portando con sus manos un báculo en cuya parte superior culminaba con un crucifijo.
Tras el monaguillo, el cura del pueblo, y, a ambos lados, dos monaguillos más, uno de ellos portando la vasija con el agua bendita y el hisopo, y el otro, el oracional que se requería para el acto.
Los monaguillos vestían unas cortas y deslustradas sotanillas, de color rojo desteñido, ceñidas con un fajín de color crudo, que en su tiempo fue blanco, y esclavina del mismo color; el cura portaba, sobre el alba, la capa pluvial de color negro de difuntos, festoneada con ribetes amarillos, que mantenía asidos con ambas manos.
El semblante de los monaguillos, más que cariacon-tecido por la gravedad de la ocasión, parecía producido por el fastidio de no disfrutar de los juegos como los demás chicos. El cura, parecía musitar (ya próximo al domicilio del fallecido) unas oraciones por el descanso eterno del finado.
Nos mantuvimos a distancia hasta que fuimos superados por el reducido cortejo, y una vez rebasados, nos sumamos al mismo, a unos pocos pasos de distancia.
Al girar la primera esquina casi nos damos de bruces con la gente que entraba y salía del domicilio del muerto. A la entrada del cura a la vivienda, los hombres se quitaban la boina o la gorra de la cabeza, y tanto éstos como las mujeres, cubiertas la cabezas con un pañuelo negro, se santiguaban y permanecían en riguroso silencio.
Contenidos gemidos y suspiros, en unos casos, y llantos más incontrolados, en otros, por los familiares más próximos, a la entrada del cura a la habitación, se producían para ir decreciendo poco a poco en intensidad.
Algo más rezagados, nos adentramos con sigilo, y no sin cierto temor, en el hogar del difunto, así que la entrada y salida de la gente nos lo permitía.
Algunos mayores nos miraban con gesto serio y adusto con cierto aire de desaprobación por nuestra presencia, a la vez, que con gestos de las manos nos indicaban que nos retiráramos y saliéramos del recinto. Nuestra curiosidad era mayor que la consideración hacia las personas mayores, y, poco a poco, nos fuimos introduciendo en la casa y fisgoneamos, así que que introducíamos la cabeza entre los huecos que nos dejaban.
No recordamos haber visto ningún entierro, ni teníamos conciencia de haber visto a un muerto. Tan sólo sabíamos lo que otras personas mayores nos habían contando.
Apoyada sobre una de las paredes estaba la tapa oscura y tétrica del ataúd. Nos apegamos instintivamente unos a otros sobrecogidos por el temor que nos producía la presencia de dicho elemento, y arrimados a la pared seguimos al cura y a los monaguillos.
El ataúd sobre el túmulo, aunque descubierto, y el estorbo de la gente, tan apenas permitía ver la cara del muerto.
Los candelabros con las velas llameantes en las esquinas del féretro y el crucifijo a la cabecera, el atibo-rramiento de la gente y el olor de la cera quemada crearon un entorno que nunca olvidaríamos.
La piel cérea de la cara, los labios pálidos, las cuencas de los ojos más profundas y oscuras, las mejillas retraídas que remarcaban las mandíbulas y los pómulos, la nariz afilada, los ojos vidriosos y ligeramente entreabiertos en aparente situación expectante como si se resistieran a cerrarse definitivamente a la vida.
Una inquietud interior y un misterioso desasosiego nos invadieron y provocaron un arrinconamiento de unos contra otros.
El cura finalizó los responsos, y los familiares más próximos, poco menos que se agolparon al féretro para echar la última mirada de despedida a su exánime familiar.
Unos vecinos y parientes cubrieron el ataúd con la tapa y fijaron la misma con los cerrojillos y aldabilla. El golpeo y ajuste de los dispositivos y artefactos de cierre fueron el punto de partida de sollozos y gritos desmandados de los parientes más allegados.
Como conejillos asustados, nos escabullimos como pudimos por entre la gente, no sin recibir, además de reproches, algún que otro pellizco de la gente con la que tropezamos y fastidiamos en nuestra atolondrada escapada.
La estructura del domicilio provocó el zarandeo del féretro y un leve y sordo golpeteo del cadáver en el interior del mismo.
El féretro se acomodó en el carro, que como era costumbre, se utilizaba como medio de transporte, hasta en cementerio.
La chiquillería nos apostamos en las inmediaciones del callejón, y tan pronto como nos rebasó los acompañantes, salimos detrás.
Iniciaba la comitiva el monaguillo con el crucifijo. El alguacil, con los ramales del asno en la mano, llevaba al carro por las superficies menos accidentadas para evitar zarandear el féretro.
Tras el carro funerario, el cura secundado por los otros dos monaguillos, los familiares y acompañantes en apenado silencio, a veces seguido de susurrantes oraciones en favor del difunto.
En la entrada del cementerio se bajó el féretro del carro y fue transportado por allegados y vecinos a la fosa.
El cura recitó las últimas oraciones, y con el aspersorio roció con agua bendita el ataúd. Fue depositado el féretro en el fondo de la fosa por medio de sogas.
Echó la primera palada de tierra y a continuación los familiares y amigos le imitaron con otra simbólica. El ruido de la tierra al chocar con el ataúd produjo un golpeteo que se gravó en mi cerebro y un cierto pavor me dominó como si fuera yo el muerto; y una sensación de agobio me invadió que difícilmente podré apartar de mi mente. Hasta el regreso al pueblo esas sensaciones me obsesionaron y machacaron el cerebro.
El sepulturero procedió a cubrir el ataúd totalmente. Sobre el pequeño caballón de tierra depositaron los ramos de flores y clavaron una cruz.
Los acompañantes se fueron retirando. Los familiares, entre sollozos, musitaron las últimas oraciones.
La chiquillería, a instancias de los mayores, desalojamos el camposanto.
El enterrador, tras asegurarse que todo el personal abandonó el recinto, cerró las puertas con estrepitoso y luctuoso ruido de la cerradura.
Regresamos con la comitiva al pueblo. Poco a poco, según llegamos, volvimos a nuestros respectivos hogares, cabizbajos, olvidando nuestros juegos, con la tensión de los momentos vividos y con la incomprensión y confusión que a nuestra corta edad nos produjo la experiencia vivida.

Jesús Chacón Bautista

RUMBO AL DESIERTO DE LAS PALMAS. J.CH.B

RUMBO AL DESIERTO DE LAS PALMAS

A menudo recuerdo con bastante claridad, y sobre todo con mucha nostalgia, una de las épocas de mi vida, - pese a la distancia en los tiempos,- que con frecuencia giran y giran en mi mente, y que de forma especial marcaron mi vida.
En el periplo de mi existencia ha habido una multitud de hechos y circunstancias que configuran capítulos de la misma, pero ninguno como aquellos que se produjeron en mi segunda infancia y adolescencia.





El último curso se está acabando. Este curso es, especialmente para todos nosotros, - los del último curso, y de un modo muy particular para mí-, muy señalado. Durante el mismo, no solo se completaba un ciclo a nivel intelectual, si no que supuso un periodo de gran transcendencia, de reflexión y de preparación psicológica, y espiritual para la nueva etapa, que íbamos a comenzar.
La ilusión que durante unos años fue en aumento, poco a poco, al fin, se iba a hacer realidad.
Antonio López, Francisco Javier Aguilar, Miguel Galindo, Francisco Ramiro y Jesús Chacón, el que escribe.
Todos nosotros estábamos preparados para afrontar una nueva vida y nuevos deseos para dar un paso transcendental a nuestra existencia, que iba a cambiar de una forma radical nuestro futuro como personas, y por la repercusión que tendría en nuestro devenir en la vida.
Finalizamos el curso sumidos y centrados en los estudios pedagógicos previos, y en el nuevo paso que íbamos dar.
Parecía como si todo lo que acaecía a nuestro alrededor, hasta los momentos presentes, consustancial a nuestra existencia, pasara de un modo radical a ocupar un segundo término.
Era como si una nube misteriosa nos envolviera, abstrajera del presente y nos sumiera en nuestra intimidad para la reflexión y consideración, ante la transcendencia de los eventos que se nos avecinaban.
Todas las circunstancias y momentos cotidianos adquirían una especial importancia y relevancia: desde el despertarnos con el golpeo de “palmas” para los actos de piedad, las clases, los recreos, etc., etc., hasta las últimas actividades del día.
A medida que avanzaba el tiempo, hacia final del curso, me inhibía de los actos y situaciones banales e intranscendentes y me centraba en los estudios y en las nuevas perspectivas, ya muy inminentes, que me aguardaban.
La tensión, tras los exámenes, fue decreciendo y otras inquietudes ocuparon los ánimos de los alumnos.
Después de la fiesta de nuestra patrona, y a excepción del último curso, escalonadamente – como era costumbre- y según el destino, el resto de los estudiantes tomó rumbo hacia el domicilio de procedencia para disfrutar de sus vacaciones.
Nosotros también partiríamos, pero hacia un destino ignorado – no por su ubicación, si no por las vivencias que nos aguardaban-, esperado y deseado para el que nos habíamos estado preparando desde hacía varios años.
En el día y a la hora señalada, el vehículo nos recogió con nuestro escueto y sencillo bagaje y tomó rumbo hacia el lugar de destino.
Los cinco compañeros intercambiamos miradas de satisfacción, de complicidad, de alegría interior contenida, de ansiedad y de mesurada seriedad; con la incógnita de lo que estaba por llegar, pero con la ilusión de que así fuera.
En el trayecto, recuerdo, fuimos parcos en palabras. Nos dedicamos a observar el paisaje por las ventanillas del vehículo. Pocas palabras intercambiamos. Acaso, la razón de tal sobriedad fuera la intensa emoción y satisfacción.
Una sinuosa y angosta carretera penetra en la accidentada orografía y se encumbra zigzagueante por las laderas de las montañas. De trecho en trecho, y a ambos lados de la calzada, una floresta de pinos y otros ejemplares de la vegetación mediterránea la custodia hasta la contigüidad del monasterio.
A lo largo del recorrido, la calzada queda cubierta, a tramos, por un túnel vegetal formado por las copas de los pinos, de uno y otro lado, que difícilmente es atravesado por los rayos solares.
Atrás dejamos la enorme explanada; un gran conglomerado de edificios, constituye y da nombre a la ciudad “de La Plana”. Más hacia la lejanía, una línea bien definida por la enorme masa azul-verdosa de las aguas, da forma a la costa que delimita las fronteras entre la tierra y el mar.
Esquivando, una tras otra, varias montañas, al fin, accedimos a las inmediaciones del Convento. Sobre un pedestal de forja hay una inscripción: “Desierto de las Palmas”. “Monasterio”.
Desde la cima del último repecho, se vislumbra de forma panorámica tanto la estructura del Monasterio como los espacios y construcciones adyacentes. Todo el conjunto está enclavado en las laderas de las montañas y cercado por un muro.
Todo el entorno irradiaba paz, silencio y recogimiento. Este iba a ser la residencia durante un periodo denominado Noviciado, durante el que seríamos instruidos, formados e iniciados en la regla del Carmelo Descalzo.
Como fondo, y tras de sí, al oeste, el monte Bartolo; al norte, las Agujas de Santa Águeda; y al este, la vaguada con los vestigios del primitivo convento, que converge, en la llanura, con una de las poblaciones más significativas “de La Plana” y las polícromas aguas del Mediterráneo. Aquel vergel, en pleno silencio y soledad, iba a ser nuestra apacible reclusión durante un tiempo durante nuestra formación.
Un camino serpenteado de tierra da acceso a las inmediaciones del Monasterio.
Unas pequeñas capillas, formadas en las oquedades del muro, que representan las diferentes estaciones del Vía-Crucis ilustradas en soporte de caolín, guían hasta la entrada principal del Monasterio.
Dos filas de cipreses, símbolos de espiritualidad, a ambos lados de la calzada que conduce a la portería del convento, elevan sus afiladas copas, como preces, al cielo.
En las paredes de la portería hay unas inscripciones y dibujos, impresos en unas baldosas, alusivas a las “Moradas” y a la “Subida al Monte Carmelo”, obras de los insignes reformadores de la Orden.
La campanilla de la portería tintinea y alerta al hermano portero. Unos momentos de espera. Expectantes los cinco observamos las paredes, el decorado, gravados e ilustraciones de la portería a la espera de que la puerta se abriera.
Unos pasos sigilosos, arrastrados - sumidos en la apacible paz y recogimiento - y ruidos de llaves se acercaban al otro lado de la puerta. Se abre la puerta. Un fraile, el hermano Alberto, nos franqueó la entrada y nos dio la bienvenida, con una mueca, que pretendía ser una leve sonrisa, y un “Ave María purísima” al que los cinco respondimos “Sin pecado concebida”.
Le seguimos, a indicación suya, al locutorio y esperamos al maestro de novicios, el padre Reinaldo, que así se llamaba.
Nos llenó de sorpresa y curiosidad la persona del hermano Alberto. Era mas bien bajo, delgado, pelo ralo y canoso; entrado en años, con gafas grandes, de cristales de fondo de vaso y probablemente tan solo algunas quintas, no muchas, más joven que él, que se sostenían sobre un apéndice nasal bien anclado. Sus andares denotaban degeneración ósea más que importante de sus extremidades y caderas.
La espera nos permitió contemplar la colección de figuras zurbaranescas pintadas de los santos padres de la Iglesia y del Carmelo hasta que hizo su entrada en el locutorio el Padre Reinaldo, maestro de novicios, nuestro educador y formador.
Nos recibió con manifiesta alegría y nos ofreció el escapulario del hábito para que lo besáramos, a la vez que nos prodigó un afectuoso abrazo, a uno tras otro. Nos dijo su nombre y su cargo frente a nuestra formación e iniciación en nuestra vida religiosa. Correspondimos nosotros diciéndole nuestro nombre y apellidos, tras lo cual nos indicó, con cierta benevolencia y comprensión, que ésta era la última vez que utilizaríamos nuestro nombre y apellidos para adoptar otros, que en la nueva vida, voluntariamente aceptábamos. Era la primera señal de toda renuncia al mundo en una nueva etapa.
Le seguimos ensimismados, a través de los claustros del monasterio, hasta las dependencias del noviciado. Y a partir de aquí empezaba nuestra nueva etapa en la ansiada aventura de la vida religiosa.






Jesús Chacón Bautista

LA TORMENTA. (Jesús Chacón Bautista)



LA TORMENTA

Aproveché las horas más oportunas, por razones climáticas y de apetencia, porqué no decirlo, para hacer algo de ejercicio y las empleé en la tala y limpieza de hierbajos que cubrían la senda desde el acceso de la entrada principal.
En el fondo del porche decidí tomarme un corto descanso tras el esfuerzo que supuso el ejercicio, más bien debido a la falta de costumbre que por la dificultad del mismo.
Tomé asiento en el viejo sillón de madera, deslucido y marcado por la carcoma. Sobre el asiento del sillón un cojín de lana apelmazado por el uso.
El viejo sillón es uno de esos enseres que se resiste uno a tirar o arrinconar definitivamente por el apego o cariño que se les coge, por todo lo que ha supuesto en nuestra vida de asueto; y cuando se deterioran y son reemplazados por otros más al uso, se les posterga a otros lugares para que acaben sus días con un poco de paz.
Tomé un trago de agua y encendí un cigarrillo. Dejé descansar mis neuronas y me dediqué a observar el paisaje enmarcado por las paredes, el techo y el suelo del cobertizo, al tiempo que no cesaba de oír el ric-ric del veterano sillón, según me balanceaba.
Voluptuosamente fui consumiendo el cigarrillo dejando escapar volutas de humo que se alejaban diluyéndose en el aire, hecho que me ayudó a relajarme, si cabe, más.
Mi mirada fue recorriendo, al tiempo, todo el entorno del porche: los utensilios, la leña amontonada, algún tanto anárquicos, el fogón, la chimenea, las telarañas de las paredes, Esto me sirvió para organizarme y buscar un tiempo para ordenar y limpiar el cobertizo.

A continuación centré mi mirada al frente, en un plano inferior al de la casa. A un centenar de metros, una hilada de chopos dibujaba la sinuosa y recóndita corriente de agua.


En pleno proceso de renovación, las otrora desnudas ramas de los chopos, se van cubriendo de renuevos verdes y marrones. Alguna que otra masada se encuentra dispersa en proceso de derrumbamiento y deterioro marcados por el hundimiento del tejado y el cascarillado de sus paredes.
Al otro lado del riachuelo, las laderas de las montañas están cubiertas por las copas de los pinos y floresta de bajura. Más a lo lejos, otra cadena montañosa deja a la vista la desnudez de sus paredes verticales y groseras.


Si bien el ambiente estaba atemperado por los tibios rayos de sol, las previsiones climáticas no auguraban estabilidad, y unas nubes grises, cada vez más espesas, y un viento fresco y ligero en un principio y algo más intenso después, irrumpieron en el entorno, oscurecieron el paraje y refrescaron las inmediaciones los rincones de la estancia.
A lo lejos se advertía un murmullo de forma esporádica. Después se fue haciendo más intenso y próximo, hasta situarse sobre el entorno del pequeño valle. De vez en cuando un fulgor precede al estruendo y hasta incluso, a veces, casi se superpone, señal inequívoca de su proximidad.
El cielo tomó un tinte plomizo. Un murmullo inquietante, cada vez más ensordecedor, se dejaba sentir en el enclave.
Sobre el tejado de uralita impactan los primeros goterones, precursores de la tormenta que se avecina; gradualmente van arreciando, acompañados por un rumor por momentos más intenso. El murmullo se torna inquietante.
El golpeteo sobre la uralita, se hace progresivamente más fuerte e intenso. Los goterones de agua cada vez son más intensos y dejan paso a una infinidad de minúsculos gránulos de granizo que paulatinamente aumentan de tamaño hasta alcanzar el tamaño de una nuez y que amenazan con perforar el techo.
Por los canales del tejado se desliza el granizo, como salido de una manguera, y empieza a cubrir el suelo formando un manto granuloso blanco-transparente.
El paisaje, visto al frente, queda limitado por una espesa cortina de granizo y que, al poco, fue sustituido por agua. Al ruido ensordecedor del agua y pedrisco, se le incrementó el estruendo súbito y violento de los truenos, chispas y centellas que, a cada instante, se sucedían con más intensidad.
Los fenómenos meteorológicos se suceden sin tregua ni cuartel, y, en esos momentos, parece como que todo fuera a saltar por los aires. Un fulgor intenso y cegador simultaneado con un trueno brusco y de extrema violencia estalló sobre el montículo junto a la masada, y sus efectos me desplazaron hacia atrás en el sillón. Quedé deslumbrado, aturdido y atemorizado por unos pocos minutos.
El pino sobre el que cayó el rayo quedó desgajado y prendió fuego y carbonizó hasta las entrañas. La intensa lluvia neutralizó las llamas e impidió prendiera con violencia los arbustos y matorrales próximos, evitando males mayores.
Sobrecogido, permanecí inmóvil por efectos del shock. Cuando puede reaccionar, abandoné el porche y me recluí en el recinto más recóndito de la masada en busca de mayor protección hasta que la intensidad de la tormenta decreciera.
Fue cesando el aparato eléctrico y se desplaza gradualmente hacia la cadena montañosa con toda la crudeza, pero la lluvia caía con saña rasgando pequeñas ramas de los árboles y arbustos revistiendo, con el detritus, el callejón y el carril que da acceso a la masería.
La luminosidad de los relámpagos seguía dibujando el contorno de las montañas.
El agua se recolectaba por la ladera del montículo y sobrepasaba el cauce de los canales naturales, arrastrando consigo restos de astillas, palos, guijarros y tierras que abocaban a la zanja y obstruían el drenaje hacia las acequias artificiales. Y el agua, acumulada y sin control, bajaba por todo el camino arrastrando consigo todo tipo de material que se encontraba a su paso.
Gran parte de las plantas y sembrados fueron aplastados por el implacable y destructor efecto de la lluvia y el granizo.
Seguía lloviendo con fuerza. Las perspectivas no predecían que el temporal fuera a remitir. El cielo cerrado, borrascoso y oscuro no dejaba de vaciar el contenido líquido de sus nubes, y no parecía dispuesto a hacerlo.
Me fui a la cama. Dejé la ventana abierta a la luz, con el cristalero cerrado. Me dejé mimar con las mantas de lana. Los relámpagos iluminaban por un brevísimo tiempo el valle y todo el entorno. El chispeo de la lluvia sobre los charcos y las paredes, y el retumbo ya distante de los truenos, tras un importante lapso de tiempo, me sumieron en un profundo sopor.
El claror de la alborada y, ya seguidamente, el tímido calor de los primeros rayos solares, me hicieron tomar conciencia de un nuevo día.
Dejé transcurrir un tiempo. Me vestí y bajé al porche. La tierra estaba saturada del agua caída, y los charcos se mantenían con bastante agua; el pavimento cubierto de guijarros y tierra, y la acera del porche salpicado de hojas y ramas.
Los rayos de sol iluminaban el valle, el cielo límpido y diáfano se acicalaba de un azul resplandeciente. La tormenta se había desplazado hacia otras tierras y a su paso dejó pruebas, más que suficientes, de su paso por el valle, pero al mismo tiempo, también depositó el elemento vivificador de una nueva fase en la evolución de la naturaleza.
Jesús Chacón Bautista








































23 de octubre de 2009

DOBERMAN AGRADECIDA.

La siguiente imagen te conmoverá el corazón
La Doberman está embarazada.


El bombero acaba de salvarla de un incendio en su casa,l a salvó sacándola de la casa al jardín, y luego continuó en la lucha contra el fuego. Cuando finalmente se apagó el fuego, se sentó para tomar aliento y descansar.
Un fotógrafo del periódico Noticias de Carolina del Norte, notó que la perra en la distancia miraba al bombero. Vio a la Doberman caminar directo hacia el bombero y se preguntó qué iba a hacer. Así que levantó su cámara, el animal llegó hasta el hombre cansado que acababa de salvar su vida y la vida de sus bebés.
El fotógrafo captó el momento justo en que la perra beso al bombero.

14 de octubre de 2009

PAPEL ARRUGADO


PAPEL ARRUGADO

Mi carácter impulsivo, cuando era niño me hacia reventar en cólera a la menor provocación, la mayoría de las veces después de uno de éstos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.
Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo:
- ¡Estrújalo!
Asombrado obedecí e hice con él una bolita.
- Ahora -volvió a decirme- déjalo como estaba antes.
Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
- El corazón de las personas -me dijo- es como ese papel... La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así aprendí a ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar... Más cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras... Luego queremos enmendar el error pero ya es tarde.
Alguien dijo alguna vez: Habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio.
Por impulso, no nos controlamos, y sin pensar, arrojamos en la cara del otro palabras llenas de odio o rencor y luego cuando pensamos en ello nos arrepentimos. Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado en el otro.
Muchas personas dicen:
Aunque le duela se lo voy a decir... o La verdad siempre duele... o No le gustó porque le dije la verdad...
Si sabemos que algo va a doler, a lastimar, si por un instante imaginamos cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuará así... ¿Lo haríamos?
Otras personas dicen ser frontales y de esa forma se justifican al lastimar:
Se lo dije al fin... o ¿Para qué le voy a mentir...? o Yo siempre digo la verdad aunque duela...
Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos sólo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos. ¿No? Entonces sí nos esforzaríamos por dar lo mejor y por analizar la calidad de lo que vamos a entregar. ¡Aprendamos a ser comprensivos y pacientes! ¡Pensemos antes de hablar y de actuar!



Recibido por email.

5 de octubre de 2009

CARTA DE UNA MÉDICO A LA MINISTRA.



Carta de una médico a la Ministra, publicada en la revista colegial.
Por Mónica Lalanda:

9 de septiembre de 2009.-
Señora ministra, le propongo que sea usted la primera española que se vacune contra la gripe A. De hecho, con este despropósito llamado autonomías, si se vacuna usted y toda la cartera de
gente que nos gobierna en España, el grupo control sería lo suficientemente grande como para sentirnos todos más seguros.
Verá usted, le agradezco que me haya colocado a la cabeza de los grupos de riesgo y que tenga usted tantísimo interés en que no me coja la gripe.
Entiendo que usted me necesita para que el sistema de salud no se colapse; sin embargo, es una gran pena que al igual que usted se preocupa por mi salud y de repente me valore como un bien nacional, no se preocupe por mi situación laboral. La invito a que venga a ver mi contrato o el del resto de los médicos en este país. La gran mayoría trabajamos con contratos que en el resto de la Europa antigua serían una vergüenza.
Señora ministra, yo no me voy a vacunar. El virus no ha acabado de mutar y a partir de la última mutación deberían pasar seis u ocho meses para elaborar susodicha vacuna. Es decir, la vacuna que nos proponen no puede ser efectiva. En cuanto a su seguridad, ya tenemos la experiencia de vacunas para la gripe fabricadas con prisas; se usan adyuvantes peligrosos
para poder poner menor cantidad de virus. Francamente, yo prefiero tener mocos tres días que sufrir un Guillain-Barré.
Señora ministra, a mí no me gusta ser un conejo de indias. El Centro de Prevención y Control de Enfermedades de la UE "espera a saber cuáles son los efectos de la vacuna en los adultos sanos para detectar posibles consecuencias adversas". Mire usted, casi que no. Prefiero que se la ponga usted y me lo cuenta.
Señora ministra, se les está marchando el asunto de las manos. Está ya más que claro que este virus, aunque muy contagioso, es muy poco agresivo y más del 95% de los casos cursa de manera leve. Se espera un máximo de 500 fallecimientos frente a los 1500 a 3000 que provoca la gripe tradicional.
Mientras tanto, usted está permitiendo un despilfarro de recursos inaceptable. Muchos hospitales en el país están siendo objeto de cambios arquitectónicos absurdos e innecesarios para prepararse para una hecatombe que ya sabemos no va a ocurrir. Se han gastado ustedes 333 millones de
euros en esta pandemia de color y fantasía. La letalidad del virus es del 0.018%, francamente irrisoria.
Señora ministra, déjeme que le recuerde que la gripe A ha matado de momento a 23 personas y que tiene una tasa de incidencia de 40-50 casos por semana y 100.000 habitantes. Sin embargo, el tabaco produce en España 40.000 muertes al año y 6.000 por tabaquismo pasivo. Eso sí que es una pandemia, pero usted prefiere ignorarla. Es un tema menos atractivo y que le crearía multitud de enemigos. De los 447 muertos en las carreteras españolas en 2008, ni hablamos, que no es de su cartera.
Señora ministra, explíqueme por qué tiene usted el Tamiflú bajo custodia del ejército. La eficacia de los antivirales en esta gripe es dudosa y de cualquier manera lo único que hace es reducir en un ratito la duración de los síntomas y con efectos secundarios no despreciables. Cualquiera diría
que guarda usted bajo siete llaves la cura contra el cáncer o la peste bubónica. Ponga el fármaco en las farmacias que es donde debe estar y déjese de fantasías más propias de Hollywood. Alternativamente, haga algo sobre la patente del osetalmivir y permita que lo fabriquen otras compañías farmacéuticas, así no hay agobios de restricciones.
Señora ministra, las previsiones de la Organización Mundial de la Salud ya se han patinado en ocasiones anteriores. Cuando la gripe aviar, predijeron 150 millones de muertos que al final quedaron en 262 fallecimientos. Se han vuelto a equivocar, no importa. Lo importante es parar la locura en la que estamos montados y esa, señora Jiménez, es responsabilidad suya.
Señora ministra, aquí una es una cínica por naturaleza. Demasiada gente se lleva tajada en este asunto. No sólo los fabricantes de las vacunas y los antivirus sino los que hacen las mascarillas, los de la vitamina C, los del bífidus activo, los fabricantes de ventiladores artificiales y
pulsioxímetros, los de los pañuelos desechables, los productos de desinfección de manos, hasta los presos con enfermedades incurables que quieren aprovechar para marcharse a casa. Sin embargo, no me negará tampoco que la pantalla de humo les ha venido al pelo a su gobierno ahora que la crisis sigue su marcha, el desempleo tiene niveles históricos, nos suben
los impuestos, sube el IRPF y baja el PIB. Una casualidad, supongo.
Señora ministra, una cosilla más. Si tengo que ver muchas más fotos suyas a media página con mirada astuta, trajes sexis y poses de modelo... ¡me va adar algo!
Mónica Lalanda ha pasado los últimos 16 años en Inglaterra, la mayoría como médico de urgencias en Leeds (West Yorkshire). En la actualidad trabaja en la unidad de urgencias del Hospital General de Segovia, participa en varias publicaciones inglesas y también ilustra libros y revistas con viñetas médicas.



MUJER QUE LEE


Una mañana, el marido vuelve a su cabaña después de varias horas de pescay decide dormir una siesta. Aunque no conoce bien el lago, la mujer decidesalir en la lancha. Se mete lago adentro, ancla y lee un libro..
Viene un Guardián en su lancha, se acerca a la mujer y dice:
'Buenos días, señora. ¿Qué está haciendo? '
- Leyendo un libro- responde ella (pensando '¿No es obvio?')
-Está en zona restringida para pescar- le informa Él.
- Disculpe, oficial, pero no estoy pescando, estoy leyendo.
-Si, pero tiene todo el equipo, por lo que veo, podría empezar encualquier momento, tendré que llevarla y detenerla.
- Si hace eso, lo tendré que acusar de abuso sexual- dice la mujer...
-Pero ni siquiera la toqué !!! - dice el guarda.
- Es cierto, pero tiene todo el equipo. Por lo que veo, podría empezar encualquier momento.
-Disculpe, que tenga un buen día, "señora", y se fue....

MORALEJA:
Nunca discutas con una mujer que lee.. Sabe pensar....
Envía esto a mujeres que sean pensantes... Y a los hombres que seancapaces de reconocer esa inteligencia.
Por corto que sea el camino... Quien pisa fuerte deja su huella....
Recibido por email




CHISTE DEL CAMARERO MAÑO


Un catalán y un madrileño llegan a la Plaza del Pilar y se sientan en la terraza de un bar. Llaman al camarero y le dice el catalán :
-¡¡ Nen, ven aquí !!.
El camarero se hace el loco y no contesta.
Entonces lo intenta el madrileño y le dice :
-¡¡ Tío ven aquí !!
El camarero llega y les dice:
-Buenas tardes, aquí, en Zaragoza no se dice Nen, ni tío, así que no me vuelvan a llamar así. Aquí se dice 'Maño ven pa cá '.
El catalán y el madrileño se empiezan a mosquear y le dicen :
-Vale maño, no pasa nada.
Pide primero el catalán y le dice al camarero:
-Ponme un vasito de cerveza. Se une el madrileño pidiendo ' una jarrita', a lo que el camarero les contesta :
-Aquí, en Zaragoza, no tenemos vasitos ni jarritas de cerveza, les puedo poner una cerveza, una caña, un tubo, una birra, una cervecica o una Ambar; pero un vasito o una jarrita de cerveza no. El catalán y el madrileño, ya con un rebote de cojones, le dicen al camarero:
-Pues nos pones una Ambar, maño. Y de camino tráenos unas aceitunas; unas olivitas, matizó el madrileño.
El camarero los mira con desprecio y moviendo la cabeza hacia los lados les dice:
-Aquí, en Zaragoza, no tenemos olivitas o aceitunas, les puedo poner unas olivicas o unas aceitunicas si quieren.
El catalán y el madrileño, ya aguantándose para no lanzarse a por el camarero le dicen:
-¡Manda collons! cojones con el maño; pues, pon unas olivicas.
El camarero se va y les trae lo que le han pedido.
A la hora de pagar, el catalán y el madrileño pagan al camarero y cuando les devuelve el cambio le dicen:
-Un segundo, maño, que tengo curiosidad, aquí en ZARAGOZA ¿¿cómo se les llama a los Gilipollas??
Les contestó el camarero:
-Aquí no los llamamos, vienen ellos solicos por la N-II, tanto por un lado como por el otro.

Recibido por email, con perdón para los madrileños y los catalanes.