30 de marzo de 2008

MONASTERIO DE VERUELA












Veruela se halla en un pequeño valle formado por el río Huecha, cuyo nacimiento se encuentra muy cerca del monasterio, protegido por la mole mítica del Moncayo.
El documento más antiguo referido a la fundación del monasterio verolense es la confirmación por el rey navarro García Ramírez de la donación de los lugares de Veruela y la Oliva y sus posesiones al monasterio cisterciense de Santa María de Niencebas (Fitero, Navarra) en 1145 para la erección de sendos cenobios de la Orden. Ésta había sido fundada en 1098 por Roberto de Molesmes que deseoso de restablecer la austeridad que caracterizó a la orden benedictina en sus orígenes (s. V) se retiró a Citeaux (cerca de Dijon, Francia), primera fundación cisterciense.
Poco tiempo después San Bernardo fundará Claraval, desplegando una ingente labor apologética y doctrinal.
La reforma bernarda de la relajada observancia benedictina cluniacense rápidamente se expandió por toda la Europa medieval.
En Aragón se levantaron grandes fundaciones, la primera de las cuales fue Veruela (1145 ó 1146), a la que siguieron Rueda (1153), Piedra (1194) y Santa Fe en Cuarte (1223), todas en la actual provincia de Zaragoza; además se erigieron los monasterios femeninos de Trasobares (h. 1168), cercano a Veruela, y Cambrón, trasladado en el siglo XVI al de Santa Lucía en la capital aragonesa, el único activo en la provincia
Estas fundaciones religiosas fueron propiciadas por la corona aragonesa con la confirmación de numerosos privilegios y donaciones, que sumadas a las de los particulares, compusieron un rico patrimonio que en el caso verolense conformaba una red con decenas de posesiones que iban desde Huesca a Saviñán pasando por Pedrola.
Aportaron no sólo unos nuevos valores religioso-espirituales y culturales sino también de índole económico-política a través del dominio del espacio por medio del esfuerzo colonizador.
Los «monjes roturadores» como se ha dado en llamar a los cistercienses por su influencia económica agrícola, organizan sus abadías como verdaderos núcleos que activan la repoblación de zonas despobladas o poco pobladas a través de la roturación de las tierras incultas, o en territorios defensivo-fronterizos, características ambas de las que participa Veruela.
Para el dominio del espacio resulta básica la ordenación de los recursos del agua; para ello los monjes verolenses configuraron una amplia red de acequias, presas y molinos en torno a la cuenca del Huecha.
La construcción del cenobio actual debía estar lo suficientemente adelantada en el año 1171 como para posibilitar el traslado de la comunidad.
Las obras de la iglesia se dilataron por espacio de más de 250 años; la fábrica es sobria, sin apenas adornos escultóricos, de acuerdo con el espíritu bernardo, pero de proporciones y calidad catedralicias que proclaman los ingentes recursos económicos del monasterio.
A finales del siglo XIV se procedió a un cambio notable en la administración, se pasó de la expansión colonizadora mediante cartas de población u otros instrumentos jurídicos, al arriendo de los extensos bienes del monasterio, incluso a su venta.
La cifra de los hermanos conversos (legos) que antaño se hacían cargo de la explotación del dominio verolense descendió irremediablemente en los siglos siguientes, teniendo que aceptar el ingreso de donatos (personas que prestan sus servicios al monasterio sin haber profesado). Sin embargo, las elevadas rentas mantuvieron una amplia y no mermada comunidad de monjes y permitieron continuar mejorando y ampliando la fábrica monástica.
Así, a partir de 1472 y hasta 1617, los abades verolenses ya no fueron regulares sino nombrados por el rey, o comanditarios, ajenos incluso a la orden cisterciense. Abrió la serie el arzobispo de Zaragoza, Juan de Aragón (1472-1475), hijo bastardo del rey Juan II de Aragón.
Los grandes abades de este periodo fueron Hernando de Aragón (1534-1539), nieto de Fernando el Católico, que dejó el cargo para ocupar la sede episcopal de Zaragoza, y su gran amigo y sucesor, Lope Marco (1539-1560) que ampliaron y decoraron notablemente el viejo monasterio medieval. Bajo la dependencia de la congregación cisterciense de la Corona de Aragón, creada en 1617, los abades pasaron a ser cuatrienales hasta la supresión monástica en la Desamortización.
Coincide este cambio político con el comienzo de una de las ampliaciones mayores del monasterio, la construcción del monasterio nuevo (1617-1664) con un sistema de celdas individuales para los monjes (unas 65). En esta época, Felipe IV visitó Veruela (1643).
Hasta el inicio de la Guerra de Independencia (1808-1814) que supuso la supresión del monasterio debido a las medidas desamortizadoras del gobierno napoleónico, la comunidad de «monjes blancos» no bajó de cuarenta padres; después del regreso al monasterio terminada la guerra comenzó el descenso a la vez que se hacían cada vez más acusadas las diferencias políticas entre los monjes, divididos en carlistas e isabelinos, todo en vísperas de la supresión total del cenobio.
La Desamortización de Mendizábal (1835) provocó el abandono del monasterio de Veruela que desde comienzos de siglo estaba sumido en una irremediable decadencia.
Sacado a pública subasta el edificio en 1844, la Comisión central de Monumentos artísticos de Madrid reclamó su conservación e impidió su licitación al mejor postor, salvando la fábrica de su total destrucción. Desde entonces fue meta de numerosos viajeros románticos entre los que destacaron los hermanos Bécquer.
A la Junta de Conservación que lo preservó de su destrucción desde 1845, siguió la tutela de la Compañía de Jesús que allí se instaló con un noviciado en abril de 1877 hasta 1973, con la sola interrupción de la expulsión durante el Gobierno de la República y la Guerra Civil (1932-1939), siete años en los que volvió a estar abandonado. Fue declarado Monumento Nacional en 1919, decreto ampliado en 1928.
En 1976 la Dirección General de Bellas Artes del Estado español lo cedió en usufructo a la Diputación de Zaragoza para su rehabilitación y conservación, en la cual ha invertido varios cientos de millones de pesetas en más de veinte años de esfuerzo continuado.
Veruela pasó a propiedad de la Diputación Provincial de Zaragoza en 1998, institución que continúa a buen ritmo las obras de restauración así como ha potenciado sus actividades culturales con exposiciones temporales, publicaciones y la celebración estival del Curso Internacional de Composición Musical y del Festival Internacional de Música «Veruela Música Viva» (desde 1994).

LOS BECQUER EN VERUELA

Después de la desamortización de Mendizábal (1835), el Real Monasterio de Santa María de Veruela, quedó abandonado. Sacado a subasta pública en 1844 pasaron gran parte de sus edificios a manos particulares. La Comisión Central de Monumentos reclamó la parte de mayor interés artístico, iniciando en 1845 obras de consolidación y mantenimiento, para frenar su degradación. Unos años después se abrió una hospedería -se alquilaban celdas a familias menestrales en los meses de verano- y el singular conjunto adquirió cierta fama como lugar de veraneo.
Su singular belleza y su aislamiento le otorgaban gran atractivo para los viajeros de entonces ansiosos de conocer sitios pintorescos y cargados de historia. Algunos de los visitantes escribieron testimonios de sus visitas y las revistas ilustradas publicaron imágenes del recinto. Entre estos viajeros figuran los poetas Augusto Ferrán Forniés (1835-1880) y Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) o el hermano de éste, el pintor Valeriano Bécquer (1833-1870).
Augusto Ferrán visitó en varias ocasiones el monasterio y residió en él gran parte de¡ año 1863. Fue tal vez quien lo dio a conocer a los hermanos Bécquer, quienes también lo visitaron más de una vez y sobre todo se instalaron en sus celdas con sus familias desde finales de 1863 a octubre de 1864, aunque en algunos momentos los artistas se desplazaron a Madrid o a Bilbao por motivos profesionales o de salud.
Esta larga temporada pasada en el monasterio vertebra toda su relación con el lugar. De este viaje han quedado las cartas Desde mi celda, de Gustavo Adolfo, publicadas en el periódico madrileño El Contemporáneo entre el 3 de mayo y el 6 de octubre de 1864. De Valeriano Bécquer, sobre todo, los álbumes Expedición de Veruela (Columbia University, Nueva York) e Spanish Sketches (Biblioteca Nacional, Madrid), además de algunos óleos o grabados realizados sobre sus dibujos y publicados por revistas como Museo Universal.
En las nueve cartas Desde mi celda, Gustavo Adolfo contó para los lectores de El Contemporáneo su viaje desde Madrid a Veruela en la primavera de 1864, su vida durante los meses siguientes en el monasterio y, finalmente, en la última carta, la leyenda de la fundación del cenobio promovida por D. Pedro de Atarés.
Entretanto, Valeriano iba dibujando y pintando aquellos lugares, sus tipos y sus costumbres con minuciosidad exquisita. Cinco álbumes y sus cuadros recogen las vicisitudes de la vida cotidiana de los artistas y sus familias a la par que ofrecen una muestra de su quehacer como pintor arqueologista, de costumbres y de sus tanteos como pintor paisajista moderno y caricaturista.
Los escritos y las pinturas de los hermanos Bécquer tuvieron desde entonces una importancia decisiva en el conocimiento y la difusión del Monasterio de Santa María de Veruela, que de su mano se ha convertido en uno de los lugares más emblemáticos del romanticismo español. Sus obras son hoy la mejor guía para el viajero que llega a sus puertas dispuesto a viajar a tiempos pasados -o no tanto- en los que la memoria y el ensueño tenían un prestigio, que quizás hoy han perdido.
Esta exposición permanente, ubicada en algunas de las celdas del monasterio nuevo donde residieron, pone al alcance de los visitantes imágenes y textos de los artistas -junto con otros documentos que las completan y contextualizan-, que muestran el profundo análisis que llevaron a cabo de la zona del Somontano del Moncayo. Porque no sólo Veruela sino toda la comarca -desde Vera a Añón o desde Alcalá a Trasmoz- comparecen insistentes en sus trabajos.
Un aula didáctica, equipada con medios audiovisuales, la publicación de un anuario -El gnomo, boletín de estudios becquerianos (desde 1992)-, la colección (Desde mi celda» de estudios becquerianos y el archivo de documentación sobre los Bécquer y su tiempo al que se ha incorporado ya el legado del becquerianista Robert Pageard, componen el conjunto de iniciativas con las que la Diputación de Zaragoza, institución titular actual del monasterio, quiere continuar facilitando su mejor conocimiento y el de los artistas que más han contribuido a su proyección internacional.
Acaso se logre salvar así del olvido todo aquello y que el visitante actual de «El Escorial de Aragón» -como definió Gustavo Adolfo el singular conjunto cisterciense- pueda sentir como él «ese indefinible encanto, esa vaguedad misteriosa», «el perfume de un paraíso distante» que se desprende de sus milenarias piedras y de todo el «escondido valle de Veruela».

CANSANCIO

Existe un cansancio, que no es físico; es el cansancio del alma , que te agota tanto o mas que el físico, un cansancio que te oprime el corazón y te deja sin fuerzas.
No solo cansa lo que hacemos, ni siquiera lo que dejamos de hacer. Cansa lo que no ocurre en absoluto, o lo que pasa, sin que pase nada. Cansa el paso de cada uno de los días, el llevarlo sola, sin nadie que te aguarde para aligerar esta fatiga.
Cansa el pensar y el dejar de hacerlo, el esperar, sin esperar nada, el estar en el mismo sitio y no llegar a ningún lado.
Mi alma me dice que está cansada, agotada...

Alguien

LEVANTA LA MIRADA


Cuentan, que había un hombre sentado a la orilla del mar mirando el agua fijamente. Alguien se le acercó y le preguntó que estaba mirando.

-Miro la luna que se refleja en el agua. -Contestó

-¿Y por qué te conformas con mirarla reflejada? Solo con alzar la vista puedes contemplar la luna en todo su esplendor.

Alguien













19 de marzo de 2008

MONASTERIO NUEVO DE S. JUAN DE LA PEÑA














MONASTERIO NUEVO DE SAN JUAN DE LA PEÑA.

En pleno Pirineo Aragonés se encuentra el espectacular espacio del Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel, y entre sus elementos más sobresalientes descuella el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, joya de la época medieval.
Las edificaciones conservadas, tan sólo una parte de las que existieron, son excelentes testimonios de las sucesivas formas artísticas en las diversas épocas en que este singular centro tuvo vida. Destacan especialmente los siglos del románico (XI al XIII) con notabilísimas muestras de arquitectura, pintura y sobre todo de la escultura.
El conjunto histórico-artístico de San Juan de la Peña se completa con el Monasterio Nuevo, del siglo XVII, y con las iglesias de San Caprasio y de Santa María en la cercana localidad de Santa Cruz de la Serós, ambas también del periodo románico.
Como consecuencia del terrible incendio del año 1675 se tomó la decisión de construir un nuevo monasterio. Su emplazamiento se eligió en un lugar próximo, el conocido como Llano de San Indalecio, una bella pradera asentada sobre la gran roca que reunía condiciones idóneas para comenzar una nueva vida.
La construcción de la nueva fábrica se inició en el año 1676.
A lo largo de sus obras, prolongadas hasta los primeros años del siglo XIX, los monjes contaron con el asesoramiento de numerosos profesionales, siendo fundamental la labor del arquitecto zaragozano Miguel Ximenez, quien diseñó este conjunto monástico. La traza del edificio constituye uno de los ejemplos más perfectos y evolucionados de la arquitectura monástica en la Edad Moderna, por su simetría, por la multiplicación de sus claustros y por la organización racional que poseía el proyecto original, el cual, lamentablemente, nunca se pudo llevar a cabo en su totalidad.
La fachada de la iglesia es uno de los aspectos más interesantes del monasterio barroco. Destaca especialmente su exuberante decoración vegetal basada en roleos, diferentes tipos de flores, hojas de acanto y tallos, aunque también encontramos formas figuradas como cabezas de puttis y dos ángeles sujetando un singular escudo en la parte superior. En sus hornacinas se incluyen tres santos muy vinculados con los monjes que vivieron entre estos muros. En la portada central se representó a San Juan Bautista (patrón de esta comunidad), a la izquierda a San Indalecio (advocación de la pradera en la que se levanta el edificio), y a la derecha a San Benito (fundador de la orden monástica que se profesaba en San Juan de la Peña).
Las dependencias fueron abandonadas en el año 1835 y desde entonces el edificio comenzó a deteriorarse progresivamente quedando, ya a mediados del siglo XX, en un lamentable estado de ruina.
Tras una profunda rehabilitación, acometida por el Gobierno de Aragón, el Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña alberga en su interior el Centro de Interpretación del Reino de Aragón, el Centro de Interpretación del Monasterio de San Juan de la Peña y una Hospedería, perteneciente a la Red de Hospederías de Aragón, con categoría de hotel de cuatro estrellas.
La Hospedería: está ubicada en el ala sur de las antiguas dependencias del Monasterio alto de San Juan de la Peña, en un complejo que incluye dos centros de interpretación (uno del propio Monasterio y el otro de la Corona y Reino de Aragón).
Está a unos 25 kilómetros de Jaca en dirección a Pamplona. A 53 km, en dirección a Francia, se encuentrala región deportiva invernal de Astún-Candanchú, la más importante del Pirineo oscense y el mayordominio esquiable del país. En los valles próximosa Jaca se encuentran más posibilidades para la nieve: Formigal y Panticosa-Los Lagos, en el Valle de Tena, y las pistas de esquí de fondo de Linza, Lizara y Gabardito en los valles de Ansó, Hecho y Aragüés.
El entorno: En pleno Pirineo Aragonés se encuentra el espectacular espacio del Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel. Aquí crecen grandes masas forestales, donde destaca el pino silvestre, la encina o carrasca, el quejigo, el boj... En las zonas más protegidas hallaremos plantas que requieren una mayor humedad atmosférica, como el haya. Las setas, de gran abundancia, diferentes tipos de aves y la fauna típica del bosque completan un ecosistema lleno de vida.
Entre sus elementos más sobresalientes descuella el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, joya de la época medieval. Destacan especialmente los siglos del románico (XI al XIII) con notabilísimas muestras de arquitectura, pintura y sobre todo de la escultura. El conjunto histórico-artístico de San Juan de la Peña se completa con el Monasterio Nuevo, del siglo XVII, y con las iglesias de San Caprasio y de Santa María en la cercana localidad de Santa Cruz de la Serós, ambas también del periodo románico.
Todos estos componentes, de enorme atractivo por sí mismos, han sido mejorados hoy en día con los nuevos y modernos Centros de Interpretación del Reino de Aragón y del Monasterio de San Juan de la Peña, espacios arquitectónicos revitalizados en el siglo XXI, que conviven en perfecta armonía con los monumentos de San Juan de la Peña.

REAL MONASTERIO DE S. JUAN DE LA PEÑA











REAL MONASTERIO DE SAN JUAN DE LA PEÑA (Viejo)


Cubierto por la enorme roca que le da nombre, el conjunto, que abarca una amplia cronología que se inicia en el siglo X, aparece perfectamente mimetizado con su excepcional entorno natural.
En su interior destacan la iglesia prerrománica, las pinturas de San Cosme y San Damián, del siglo XII, el denominado Panteón de Nobles, la iglesia superior, consagrada en 1094, y la capilla gótica de San Victorián, pero sobre todo sobresale el magnífico claustro románico, obra de dos talleres diferentes. A todo ello hay que sumar otros edificios posteriores a los siglos medievales, entre los que cabe señalar el Panteón Real, de estilo neoclásico, erigido en el último tercio del siglo XVIII.
Los auténticos orígenes del monasterio se pierden en la oscuridad de los tiempos altomedievales y se le ha supuesto refugio de eremitas, aunque los datos históricos nos conducen a la fundación de un pequeño centro monástico dedicado a San Juan Bautista en el siglo X, del que sobreviven algunos elementos. Arruinado a fines de dicha centuria, fue refundado bajo el nombre de San Juan de la Peña por Sancho el Mayor de Navarra en el primer tercio del siglo XI. Fue este monarca quien introdujo en él la regla de San Benito, norma fundamental en la Europa medieval. A lo largo de dicho siglo, el centro se amplió con nuevas construcciones al convertirse en panteón de reyes y monasterio predilecto de la incipiente monarquía aragonesa que lo dotó con numerosos bienes.
Considerado por la tradición como la cuna del Reino de Aragón, fue parada habitual del Camino de Santiago y lugar de leyendas, y entre ellas destaca la que vincula este lugar con el Santo Grial.
Una fecha significativa fue la del 22 de marzo de 1071, cuando el Monasterio de San Juan de la Peña fue el escenario de la introducción, por primera vez en la Península Ibérica, del rito litúrgico romano, seguido en toda la Iglesia de Occidente, que ponía fin al antiguo rito hispano-visigótico y suponía la acomodación definitiva de la iglesia aragonesa a las pautas marcadas por el Pontificado.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XII se inició una cierta decadencia que se acentuó en el periodo siguiente, y aún más a partir del siglo XIV. Fueron las características de esta época el final de las donaciones, las pérdidas patrimoniales, los múltiples pleitos ante numerosas instancias, y especialmente con los obispados donde estaban ubicadas sus propiedades (Jaca-Huesca, Pamplona y Zaragoza), las deudas, el deterioro de las construcciones por su peculiar ubicación y diversos incendios que resultaron devastadores. Con el último de ellos, en 1675, que duró tres días, se perdió la habitabilidad necesaria para la vida monacal, por lo que se planificó la edificación del Monasterio Nuevo.

15 de marzo de 2008

ESTA ES NIKITA.... YA HA CRECIDO











Esta es mi perrita NIKITA, nació el 1 de Diciembre del 2005. Es una diablilla golosa y zalamera. La mimada de la casa. Ultimamente estuvo con otitis y lo pasó muy mal, pero ahora está totalmente recuperada y con muchas ganas de jugar.




MI NIÑA NO ESPERADA. De Jesús Pérez-Tierra


MI NIÑA NO ESPERADA
A ti debo, mi niña, niña querida,
una fortuna, un regalo de ilusión,
una juventud nueva, ya perdida;
un nuevo latir para un viejo corazón.
Te encontré sin buscarte. ¡Bendito día!
Y es tanta mi alegría.
que grito al sol y a la noche fría:
¡Tu eres mi niña no esperada!
Eres mi bien, no buscado.
Eres mi musa, al fin hallada.
Eres impulso de poesía,
para un poeta, que se creyó acabado.
Y te digo con mi alma, por ti, abierta:
¡Tu superas cuando he soñado!
Jesús Pérez-Tierra

13 de marzo de 2008

TU BESO. (Poesía de Jesús Perez-Tierra)


TU BESO
Una blanca paloma que, en su vuelo,
suavemente me rozara.
Una brisa que, en la mañana,
meciera la mies antes de segarla.
Un rosado resplandor
en un nuevo amanecer, tras la montaña.
Ternura,
embeleso,
amor,
tu beso.
Un suspiro en un huracán
desencadenado.
Una gota de agua
en el mar o en un lago.
El aroma de una violeta silvestre
en un prado.
Promesa,
anhelo,
amor,
tu beso.
Un relámpago cegador
cuando la tormenta estalla.
Un sol de verano, que, ardiente
inunda de luz y calor una playa.
Una llama, una lengua de fuego,
que todo lo abrasa.
Pasión,
deseo,
amor,
tu beso.
Jesús Pérez-Tierra

ACUARELA. (Poesía y cuadro de Jesús Pérez-Tierra)

ACUARELA

La acuarela es:
arcoiris en el agua
fundido en una gota.
La acuarela es:
sol, montaña, ola;
día y noche,
luz y sombra.
La acuarela es:
embrujo de la aurora.
Jesús Pérez-Tierra