20 de octubre de 2007

ENCUENTRO CON EL POETA (G.A.BECQUER)






ENCUENTRO CON EL POETA

Gustavo Adolfo Becquer y el Monasterio de Veruela


Desde que empecé a conocerle, a través de su obra, me despertó curiosidad, admiración y diría que hasta cierta veneración. Pero el deseo de escribir nació en mi cuando realicé aquella visita al monasterio. En un principio, mi intención tan dólo fue la de visitar aquel cenobio, vestigio arquitectónico de tiempos pasados y atesorador de historia y de recuerdos. Tras el recorrido por sus dependencias, sentí la necesidad de dejar constancia del itinerario. El personaje que se refugió entre sus paredes, su azarosa y agitada vida y su obra fueron determinantes en mi decisión.
El Miserere, Ojos verdes, El Monte de las Animas, Maese Pérez el organista, Cartas desde mi celda.
O, "Del salón en el ángulo oscuro// y de suy dueño tal vez olvidada..." "Yo sé un himno gigante y extraño// que anuncia en la noche del alma una aurora..." "Por una sonrisa un cielo..." "Los suspiros son aire y van al aire// Las lágrimas son agua y van al mar// Dime, mujer, cuando el amor se olvida,// ¿sabes tu a donde va?.
Y tantas y tantas otras leyendas, poesías, rimas y sonetos. ¡Que sensibilidad, qué romanticismo, y qué espiritualidad! ¡Que exquisitez y delicadeza de alma! ¡Que inquietud de espíritu! ¡Que corazón tan atormentado! Diríase que el desamor, la desventura, el infortunio, en síntesis, el sufrimiento hubieran concurrido en su alma.
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Allá en la adusta y sobria tierra, en las estribaciones del monte, baluarte de la geografía aragonesa, se halla enclavada la abadía, refugio, en otro tiempo, de los monjes cistercienses.
Las tierras de labrantío, austeras y baldías del Somontano del Moncayo, acordonan el monasterio por sus cuatro flancos. Mas allá, en la lejanía del horizonte, Vera, la población más próxima al cenobio.
El cielo azul de la primavera y del verano iluminan e irradian los campos y vivifican los sembrados; pero los vientos fríos y lacerantes del otroño e invierno, y las nieblas y lluvias sumen en la penumbra triste y desoladora al paraje. Y el monasterio, en el descampado del somontano, resiste y soporta la disparidad de los bruscos cambios climáticos peculiares de la zona.
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Un camino angosto y polvoriento se desvía de la calzada principal y conduce a las inmediaciones delmonasterio.
La abadía ofrecía un aspecto desolador y abandonado. A traves de los tiempos fueron cambiando de moradores, y, en la actualidad, puede que sus claustros y otras dependencias monacales sean recorridas tan sólo por los espíritus errantes de los cenobitas que, quizás, siguen aún purgando por sus faltas.
La iglesia del monasterrio era, además del claustro y elj ardín, la única dependencia a la ques e podía acceder. No así la sala capitular, la capilla, el refrectorio, etc.
La arquitectura sóbria y adusta, que data de los siglos XII-XIII, es fiel ejemplo de la construcción de su época. Los portalones del acceso principal de la iglesia están reforzados con numerosos herrajes. Toda su estructura está restaurada con remaches y maderas por el deterioro originado por la carcoma, el paso del tiempo y los efectos erosivos de la lluvia y el granizo.
Era la hora de la visita. Al momento, tras el chirrido de los goznes y bisagras, la puerta que da acceso al monasterio, se abrió y un conserje diligente y cortés saludó y dió la bienvenida. Un gesto de sorpresa se reflejó en su rostro: era yo el único vistante.
Doné el óbolo estipulado para la ayuda a la reparación y reconstrucción de los deterioros sufridos en la estructura del edificio, y el portero me indicó el recorrido a seguir ylas dependencias a visitar. Seguí las instrucciones y la señalización marcada.
El primer recinto, al que condujeron las señales, fue al jardín emplazado en el centro del recinto del convento. Cuatro claustros de estilo gótico, en la planta baja, delimitan el jardín. En el centro del mismo, el brocal casi desfragmentado de un pozo, cuyo soporte metálico, sobre el que está emplazada la carrucha, estaba cubierto por restos secos de hiedra. Hierbajos y ramas secas de la poda de los arbustos y árboles ornamentales aún estaban esparcidas en espera de ser retiradas del jardín.
Las columnas de las arcadas del claustro, en cuyo capiteles historiados figuran relieves mutilados de personajes bíblicos y religiosos, estaban siendo cuidadosamente restauradas.
Al final del recorrido de estas dependencias, una pequeña puerta da entrada a la iglesia. En el enclavamiento de la puerta se podía apreciar la robustez y solidez de la construcción que ha permitido y permitirá su supervivencia, sabe Dios hasta cuando. En la iglesia, el aire estaba enrarecido por la deficiente ventilación; y la escasa iluminación obligaba a dejar transcurrir unos minutos para adaptarse a la penumbra, hasta poder conseguir una visibilidad aceptable.
A ambos lados de los protalones, ya en el interio,unos toscos pilones, tallados en piedra para el agua bendita, sólo contenían en sus oquedades gran cantidad de polvo. El pavimento irregular y quebrado, estaba alicatado con baldosas deslucidas, desgastadas y ajadas. Doshileras de bancos, instalados en ambas alas de la nave central, están asi mismo menoscabados en su estructura, lo que hace suponer descuido y abandono. Al fondo de la nave central, la mesa del altar, de estilo románico, denuda de cualquier vestidura ornamental. Rigiendola cabecera del altar, el retablo mayor, talla en madera del siglo XV, de la Virgen y el Niño. Un gran crucifijo sencillo, y construido con materiales de forja, está suspendido sobre la mesa del altar, sujeto, por ambos brazos de la cruz, con cadenas a las paredes del abside. Una lámpara suspendida del techo contiene un cirio grueso, casi consumido, y, que en otro tiempo, alumbraba noche y día la presencia de la eucaristía. En nuestros días, sólo queda como testimonio del sacramento, la concavidad donde en el pasado estaba ubicado el sagrario.
En ambos brazos de la iglesia, en el cementado, unos sepulcros góticos con los restos mortales de los abades, que en el pasado remoto dirigieron la vida espiritual, social y económica del somontano del Moncayo.
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Reinaba un silencio sepulcral. Me senté en uno de los bancos y medité. En esos momentos, lo primero que me vino a la memoria, fue aquella poesía del poeta que termina diciendo: "¡Dios mío, que solos se quedan losmuertos!.
Pensé en los monjes que moraron en el pasado, en su forma de vida, en aquella máxima común a todos ellos: "Ora et labora". Ora y Trabaja. Ora, piensa en Dios, y gana el pan y los alimentos que solo te permitan vivir para seguir orando y amándole. Trabaja pensando en El, para evitar que la mente desvíe al hombre del Supremo Hacedor. E inevitablemente, después de estos primeros pensamientos y reflexiones, no pude menos que evocar a aquel otro personaje, que habitó entre los muros del cenobio. Pensé que, quizas, este lugar fuera en donde se inspiró para escribir "Maese Péres el Organista" oquizás, "El Monte de las Animas", o quizás "El Miserere" u otras tantas más.
Un chorro de luz, que penetraba por una de las vidrieras rotas, disipó la oscuridad del momento. Una infinidad de diminutas motas de polvo, suspendidas en la columna de luz, subían y bajaban sin parar. Seguí con la mirada, hasta su origen, el constante movimeinto de los diminutos corpúsculos de polvo, que en su permanente movimiento, parecían entretejer la columna de luz.
Según se aproximaba a la fuente de su procedencia, aumentaba la intensidad de su luminosidad y se hacía más etérea.
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Cerré los ojos y mi mente se evadió del presente. Aquella columna de luz me sustrajo a mi realidad, y me introdujo en el pasado del personaje, y sólo yal os ojos de la imaginación eran los únicos contactos con la realidad virtual.
Afuera, en el exterior, a la otra parte de la vidriera, corría un viento racheado, flojo y ligeramente fresco. La claridad del día se atenuó por la presencia de alguna que otra nube y una tonalidad gris oscureció el entorno.
A cada lado de la calzada, que llega a la entrada del monasterio, una hilada de álamos escoltan al viandante hasta la protería del convento.
Tomé asiento en uno de los bancos. Un golpe de tos, que procedía del extremo del camino me hizo girar la cabeza. La figura ligeramente encorvada de un hombre viene hacia donde yo estoy. Se cubre de las inclemencias con un gabán. Con paso cansino, cabizbajo y ensimismado, y con las manos asidas a su espalda, se aproxima a mis inmedicaciones. Ya mas cerca, se aprecia con más precisión y detalle su asecto y compostura. Es un hombre de mediana estatura, muy delgado y tiene aspecto delicado. Lleva bigote y perilla. Su cabellera, separada en dos por una raya en el centro de la cabeza, es exuberante y ligeramente ensortijada. Sus cejas abundantes; sus ojos negros, ligeramente rasgados y hundidos. Su mirada es triste y melancólica. Su tez es pálida y macilenta. La compostura de sugabán, desteñido y raído, y su excesiva delgadez ya le dan, por sí solos, un aspecto descuidado y enfermizo. Le reconocí; era él.
Ya a mi altura, se aproxima al banco en donde estoy sentado. Mira disimuladamente hacia donde estoy, pero me ignora. Quizas el paseo haya sido excesivamente largo, y el personaje llega fatigado. Saca del bolsillo de su gabán unos papeles. Miro de soslayo. Son unas estrofas. Pienso, ¿Será un soneto? ¿será una rima?. Los lee, cierra los ojos y los vuelve a leer y hace una anotación. Tiene un nuevo acceso de tos. Deja los papeles sobre el banco. Saca un pañuelo del bolsillo y expectoa sobre él. Dobla enseguida el pañuelo y en su rostro aparece una mueca de perocupación. Evita hacer esfuerzos y trata de inhibir la tos.
El contenido de lo escrito en sus papeles depierta mi cuiosidad. Inclino la cabeza y leo unos versos sueltos:
-Yo soy un sueño, un imposible
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte.- ¡Oh, ven; ven tú!.
Y ella prosigue su camino,
feliz, risueña, impávida; ¿y por qué?
porque no brota sangre de la herida...
¡Porque el muerto está en pie!
¿Que es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tu me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

Tañen las campanas. Tocan a vísperas, e invitan a los hospedados a recogerse en sus correspondientes estancias en el convento. Los monjes acuden a la iglesia a realizar sus rezos.Y él recoge sus papeles y se dirige a sus aposentos. Una celda de reducidas dimensiones y una pequeña solana son sus aposentos en la hospederia del convento. Un camastro con un jergón de paja y unas mantas es todo el mobiliario para el descanso de su cuerpo maltrecho y enfermo. Una mesa y una silla completan todo el moblaje de que dispone. Sobre la mesa, una palmaroria con un trozo de vela, un tintero y una pluma. Un legajo de papeles manuscritos, desordenados, cubren la mesa. En la cubierta de los papeles hay inscritas unas palabras. "Desde mi celda".
Sale a la solana. Se sienta sobre un taburete. Permanece unos minutos en esta posición observando el paisaje y respirando el aire saludable, aunque fresco a estas horas del día, procedente del Moncayo. Ya repuesto del esfuerzo que le ha supuesto el ascensopor las escaleras a su alojamiento, penetra en la celda. Toma asiento, y, aprovechando la poca luz diurna que ofrece los postreros rayos de un sol otoñal, se decide a retomar la carta empezada:
"A la señorita M.L.A.
Apreciable amiga: Al enviarle una copia exácta, quizás la única que de ella se ha sacado hasta hoy, prometí a usted referirle la peregrina historia de la imagen en honor de la cual un príncipe poderoso levantó el monasterio, desde una de cuyas celdas he escrito mis cartas anteriores..."
Enciende la palmatoria. Es insuficiente la luz del día para escribir y leer. Toma la pluma, y tras unos momentos de indecisión, la deja de nuevo en el tinteto. Y decide acostarse y continuar la carta al día siguiente. Está agotado.
* * * * * *
Unos golpecitos en mi hombro me retornan a mi realidad. El conserje me advierte que el horario de visita ha finalizado. El templo está totalmente oscuro. Doy las gracias al conserje y de dirijo a la salida. Instintivamente introduzco mi mano en la pila del agua bendita. Mis dedos solo tocan el polvo del fondo.
Echo una postera mirada a la iglesia y de nuevo, sin saber por qué, vienen a mi memoria aquellos versos del poeta que mentalmente recité en su homenaje:
"¿Quien, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quien se acordará?
Jesús Chacón