22 de noviembre de 2007

******** CANSADA **********




La oscuridad de la noche envolvía la silueta del autobús mientras circulaba por la ciudad. Élla, sentada en uno de los últimos asientos contemplaba el exterior. Había terminado su larga jornada laboral y regresaba a casa, cansada, agotada por el esfuerzo psíquico y físico que requería su trabajo diario, con la espalda y los pies doloridos y con el estómago vacío que le reclamaba ya alimento.
A través de la ventanilla veía pasar los coches con sus faros iluminados, y a la poca gente que todavía quedaba por la calle y que se veía caminar deprisa seguramente también de camino a sus casas. Las farolas alumbraban las calles que poco a poco se quedaban vacías. La ciudad se preparaba para su merecido descanso y se respiraba tranquilidad.
Su mirada, fija en el exterior, simplemente contemplando, y su mente en blanco, porque veía sin ver y oía sin entender las conversaciones que a su espalda tenían los demás pasajeros. Se encontraba en su rato real de descanso, de desconexión con el mundo exterior, disfrutaba en esos momentos de los pocos instantes que eran completamente suyos, pues pronto llegaría a casa y de nuevo su cerebro y su cuerpo tendrían que ponerse en marcha.
Como todos los días saldría a darle la bienvenida "Pluf", su perrito faldero, el que realmente demostraba que se alegraba de que llegase a casa, aunque fuera agotada y a penas le hiciese una carantoña. Saludaría con un beso a toda su gente, los cuales ni levantarían el culo de sus asientos y seguirían viendo la televisión como si élla no hubiera llegado. Cenaría, con un poco de suerte, los restos de la comida que había preparado por la mañana, si es que le habían dejado algo, y si no, comería algo, de pie, en la cocina mientras cocinaba algún rico plato para el día siguiente, o se prepararía un bocado y se lo comería deprisa mientras revisaba la correspondencia, o hacía la lista de la compra y de tareas a realizar por la mañana. Después un ducha rápida mientras los demás se van a la cama y con suerte un poco de distracción en la televisión o de lectura hasta que el sueño, cuando llegase, le hiciese ir a la cama, a mal dormir, porque ni en sueños descansaba, seguía trabajando... Soñaba que trabajaba, que no paraba, que reñía, que se peleaba con la gente, que todo le salía mal, que le faltaba tiempo, que iba a contrarreloj... y así no había manera de descansar.
Un frenazo algo mas brusco, en una de las paradas la sacó momentaneamente de su ensimismamiento. Se acomodó mejor en su asiento, bostezó, y siguió mirando al exterior. Todavía le quedaban doce paradas para bajarse, el trayecto era largo, y volvió a desconectarse.
Cruzaban uno de los puentes sobre el río y su mirada se fijó en el agua, y por un instante recordó aquellos días de su infancia en los que su padre, junto al resto de familia, en los meses de verano y ejerciendo de domingueros, la cruzaba a corderetas para que no se mojase la ropa hasta las isletas que se formaban por la escasez de agua, y en las cuales pasaban el día, con sus bocadillos de carne empanada, sus tortillas de patata con cebolla, su ensalada de tomagte con ajo y huevo duro, y su pollo guisado con tomate y pimiento, que aunque frío estaba exquisito... Y añoró aquellos momentos felices y tranquilos de su vida. Tragó saliva, y se volvió a desconectar, no quería pensar, ni tener recuerdos, no era el momento... tenía que descansar.
Permaneció quieta el resto del trayecto, hasta la penúltima parada de la linea, en la que su mente, como todas las noches, como por arte de magia la sacó de golpe de su sosiego y puso en funcionamiento su cerebro. Lanzó un suspiro y se puso de pie para tocar el timbre de parada.
El día había sido largo y duro... y el siguiente sería igual. Tendría que plantearse su vida, lo sabía pero no lo quería saber. Tenía que tomar decisiones, pero no las quería tomar. Sabía lo que tenía que hacer, pero no lo quería hacer... había mucho que perder. Jornada tras jornada iba dejando pasar los días... y también su vida. No sabía hasta cuando podría seguir viviendo así, dedicada a los demás antes que a ella misma, sin obtener por ello ninguna recompensa ni reconocimiento por parte de los suyos. Pero sin duda el día de las decisiones tendría que llegar y rompería con su insatisfactoria rutina, con la falta de apoyo y de ayuda, con la desconsideración de los que la rodeaban, y aunque perdería mucho en ese transito, sin duda ganaría en autoestima, en tranquilidad y calidad de vida. Pero todavía no era la hora, había que esperar el momento oportuno... si es que este llegaba... y aprovecharlo sobre la marcha, cuando las circunstancias se dieran propicias, sin forzar los acontecimientos. Tenía que vivir, por ella y para ella. Disfrutar de la vida y del descanso merecido, del reconocimiento de los demás, y si podía, también, como no, recibir tanto amor y cuidados como los que élla había repartido altruistamente durante años. Si ese momento llegaba algún día, seguro que se daría cuenta de que era entonces cuando tenía que agarrar con fuerza las riendas de su vida y dirigirla, y vivir, con todo lo que entraña esa palabra, ¡Vivir!.



Marisa