y no se sabe por qué se deja de querer:
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.
Se deja de querer,
y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed;
como andar en otoño sobre las hojas secas,
y pisar la hoja verde que no debió caer.
Se deja de querer,
y es como el ciego que aún dice adiós,
llorando, después que pasó el tren;
o como quien despierta recordando un camino,
pero ya sólo sabe que regresó por él.
Se deja de querer,
como quien deja de andar por una calle,
sin razón, sin saber;
y es hallar un diamante brillando en el rocío,
y que, ya al recogerlo, se evapore también.
Se deja de querer,
y es como un viaje detenido en la sombra,
sin seguir ni volver;
y es cortar una rosa para adornar la mesa
y que el viento deshoje la rosa en el mantel.
Se deja de querer,
y es como un niño que ve cómo naufragan sus barcos de papel;
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.
Se deja de querer,
y es como un libro que, aun abierto hoja a hoja,
quedó a medio leer;
y es como la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así supimos que se marcó en la piel.
Se deja de querer,
y no se sabe por qué se deja de querer...
José Ángel Buesa
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